Porque somos infinitos.

- Se recomienda leer con esto: play.-

Estoy cansado. Muy cansado de luchar. –Se queja, agarrando muy fuerte la barra de la escalera.
¿Quieres rendirte? Porque entendería que ahora decidieras bajar y no volver a verme nunca. –No quiero llorar, no quiero, pero tampoco quiero tener esta conversación. No aquí. No ahora.
Silencio. Todo se adentra en un oscuro y solitario silencio. Las luces del pasillo parpadean, quieren apagarse. Bueno, ¿y quién no quiere apagarse? Yo sí, quiero apagarme. Aquí, ahora. Frente a él. No por hacerle sufrir. Quiero que vea dentro de mí, y si mi interior es una luz apagada, quiero que lo vea.
No voy a dejarte sola. – Termina por decir.
Sé que no lo harás. El caso es, ¿quieres?
Ni si quiera me creo que pueda estar diciendo todo esto. No sé cómo puedo ser tan fuerte ahora mismo. Me muero, me pudro. Me destroza por dentro, y sigo de pie. Quiero escapar, quebrarme, huir,  desgarrarme, desaparecer. De mi vida, y de la suya.
No responde. Está pensando. Está arrugando la frente, pasándose una mano por la cabeza. De la nuca, a la frente, y a la inversa. Lo hace siempre que está preocupado o que no tiene respuesta para algo. Aún así, inmerso en su mente, sigue siendo una criatura hermosa. Aún me lo parece, a pesar de que vaya a destrozarme. A pesar de que lo haya hecho tantas veces. Me ha asesinado y me ha dado la vida con una sola mirada. Ese es su poder. Tiene tanta influencia sobre mí, que asusta. Me asusta. Él es la única persona que sé que puede hacerlo. No puedo llamarlo amor, ni deseo. Es algo más allá de lo meramente terrestre.
Es él.
Y ahora, va a matarme.
No sé si quiero. Sólo sé que estoy cansado de seguir luchando. Eres un caso, más de lo que yo puedo asimilar. Creía poder ser lo suficiente para ti, creía que tú no sobrepasarías tanto mis barreras, que no llegarías hasta donde has llegando. Te has metido en mi cabeza y la has recolocado, has avasallado, arrasado mi corazón y me lo has arrancado del pecho. Es tuyo y sabes que no puedo dejar que lo sea. Y tú… Eres tan problemática. Tan moribunda, tan pesimista, tan solitaria, tan taciturna, tan… – Se corta. Su respiración se acelera, y la mi corazón con ella.
¿Vacía?
Vuelve a hacerlo. A callarse. A pensar demasiado las cosas. Cada vez que hablo, necesita reflexionar lo que está diciendo. Se equivoca si piensa que va a conseguir aminorar la carga que está echando sobre mí. Pero no le culpo. Él lleva mi carga y nunca se ha quejado. Ni un ápice.
Me mira y sabe que voy a llorar. No se acerca, no se mueve, me mira. Sólo mira.
Respira. Respiro. Abre la boca para hablar, yo la cierro con llave. No quiero volver a abrirla, aunque lo haré.
Agarra aún más fuerte la barra metálica de la escalera y empieza:
¿Crees que somos infinitos? Tú y yo, ya sabes.
Me sonríe y yo me sorprendo. Era una pregunta que yo ya le había hecho a él hace mucho. Mucho tiempo. No quiero responder, pero tengo que terminar con esto de una vez.
Me preparo para acabar con el sueño de un mundo perfecto en el que pudo haber existido un nosotros. Ya no existe. Ahora somos él y yo.
No. Tú y yo no somos infinitos.
Bien, entonces espero que nosotros sí lo seamos.
Sube los cinco peldaños que nos separan, me agarra de la cintura con su mano derecha, como siempre ha hecho y esconde la izquierda entre mi pelo, acercándome a él. Me besa de la misma forma que me besó las cicatrices, como si fuera algo por curar.
Eres mía, sólo mía. Yo seré el que termine con tu dolor, no el que lo empeore. Estoy cansado de luchar, y lo seguiré haciendo. Por ti. Porque somos infinitos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario