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La lluvia incesante empapa toda su ropa. La gente corre a refugiarse bajo los portales, o en bares y tiendas, menos ella. Camina despacio, midiendo cada paso que da, contando los segundos que tarda en ejecutar cada movimiento. El agua recorre sus mejillas, que ya no sabe si son lágrimas o es de la lluvia. Quiere pensar que no está llorando, pero qué más da, nadie lo sabrá, ni si quiera ella.
Sigue contando sus pasos. Ciento tres, ciento cuatro, ciento cinco. Podría andar hasta el infinito, sin cansarse, y seguiría contando. Aunque quizás no sea el momento.
Cuenta sus pasos, pero también sus fracasos. Esos son más. Quinientos seis, quinientos siete, quinientos ocho. Quizás más. Nunca deja de fracasar.
Cuenta sus pasos, también sus fracasos, y sus mentiras. Mil nueve, mil diez, mil once. No, son más. Muchas más. ¿Debería contar sus lágrimas? ¿Las derramadas o las que derramará? ¿Y las que está derramando? No acabaría nunca.
Pero está bien. Ella está bien.
Otra mentira más.
La chica de las cicatrices sí está llorando. Siempre está llorando, aunque no se vea. ¿Sombras? Puede ser. ¿Remordimientos? También. Pero el verdadero peso se llama Recuerdos.
Se para en el centro de un parque, siempre con la cabeza agachada. Quizás la gente esté mirando, quizás se estén preguntando qué hace, quizás la estén llamando loca. Quizás no. Ella se queda ahí, no va a seguir. Va a rendirse de nuevo. En su mente suena un "¡Lucha!", pero no quiere hacerle caso. Su conciencia está llamando. Es la chica del espejo, su otro yo. La que es ella, pero a la vez no.
—¿Vas a dejar de avanzar?
—Sí.
—¿Vas a dejar de lado a las personas que te quieren?
—Sí.
—¿También a él?
Una punzada recorre su cuerpo. Su sonrisa vuelve a ella, la calidez de sus abrazos, y el escalofrío del primer beso que le dio. No. A él no podía hacerle eso. Además, juró no dejarle jamás solo.
—A él no puedo dejarle de lado.
—¿Le llevarás contigo al vacío? ¿Le hundirás contigo?
—No.
—Entonces, ¿vas a dejar de avanzar?
—No.
La lluvia incesante empapa toda su ropa. La gente corre a refugiarse bajo los portales, o en bares y tiendas, menos ella. Camina despacio, midiendo cada paso que da, contando los segundos que tarda en ejecutar cada movimiento. El agua recorre sus mejillas, que ya no sabe si son lágrimas o es de la lluvia. Quiere pensar que no está llorando, pero qué más da, nadie lo sabrá, ni si quiera ella.
Sigue contando sus pasos. Ciento tres, ciento cuatro, ciento cinco. Podría andar hasta el infinito, sin cansarse, y seguiría contando. Aunque quizás no sea el momento.
Cuenta sus pasos, pero también sus fracasos. Esos son más. Quinientos seis, quinientos siete, quinientos ocho. Quizás más. Nunca deja de fracasar.
Cuenta sus pasos, también sus fracasos, y sus mentiras. Mil nueve, mil diez, mil once. No, son más. Muchas más. ¿Debería contar sus lágrimas? ¿Las derramadas o las que derramará? ¿Y las que está derramando? No acabaría nunca.
Pero está bien. Ella está bien.
Otra mentira más.
La chica de las cicatrices sí está llorando. Siempre está llorando, aunque no se vea. ¿Sombras? Puede ser. ¿Remordimientos? También. Pero el verdadero peso se llama Recuerdos.
Se para en el centro de un parque, siempre con la cabeza agachada. Quizás la gente esté mirando, quizás se estén preguntando qué hace, quizás la estén llamando loca. Quizás no. Ella se queda ahí, no va a seguir. Va a rendirse de nuevo. En su mente suena un "¡Lucha!", pero no quiere hacerle caso. Su conciencia está llamando. Es la chica del espejo, su otro yo. La que es ella, pero a la vez no.
—¿Vas a dejar de avanzar?
—Sí.
—¿Vas a dejar de lado a las personas que te quieren?
—Sí.
—¿También a él?
Una punzada recorre su cuerpo. Su sonrisa vuelve a ella, la calidez de sus abrazos, y el escalofrío del primer beso que le dio. No. A él no podía hacerle eso. Además, juró no dejarle jamás solo.
—A él no puedo dejarle de lado.
—¿Le llevarás contigo al vacío? ¿Le hundirás contigo?
—No.
—Entonces, ¿vas a dejar de avanzar?
—No.
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