Cadenas.

Grita y nadie la oye, solo el eco hace notar que de su garganta sí salen sonidos. Se revuelve por el suelo, pero no puede moverse del sitio. Al fondo de la estancia alcanza a ver una luz que se cuela por las rendijas de aquella celda. Está amaneciendo. Aunque para ella, es de noche, lleva siéndolo mucho tiempo.
Tiene las alas rotas, sucias e inservibles. Y están atrapadas por unas cadenas de acero que no es capaz de romper. Pero no solo sus alas han sido encadenadas, también sus muñecas y tobillos. Cualquier movimiento le produce un dolor terrible.
¿Qué ha pasado? ¿Cómo ha llegado allí? No quiere recordarlo. Sabe que han sido las sombras, las de siempre. Han decidido encerrarla en aquella cárcel. Y no hay escapatoria.
La sangre recorre todos sus poros hasta llegar al suelo, todas sus cicatrices se están abriendo. Todas. Y hay más, hay más cicatrices, que sangran más aún. Aunque hay una pequeña diferencia entre unas y otras. Las primeras, son antiguas, su fluído es marrón y espeso. Esas heridas no deberían haberse abierto nunca. Por las nuevas, corre un líquido rojo brillante, vivo. Chorrea vida, y al entrar en contacto con el frío suelo, espesa y muere.
Por mucho que ella grite, nadie la escucha. O nadie la quiere escuchar.
¿Y si se queda atrapada en aquella celda? ¿Y si nunca logra escapar de allí?
Por lo pronto, entra volando una golondrina por la ventana. Sí, sí hay escapatoria. Y todavía hay esperanza para ella.

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