Sobredosis de vacío.

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Y las palabras se le clavaron como puñales. Ella solo derramaba lágrimas, no podía responder. "Él no quiere". La persona que ella más había querido, la única de su misma sangre que la entendía, rechazaba su compañía. No quería hacerse cargo de ella. ¿Quién querría soportar la educación de una adolescente? Y más, una tan peculiar.
Una vez más, por confiarse demasiado, tenía que soportar el dolor, el rechazo.
Se derrumbó en el frío suelo. Este le caló hondo, en el vacío que se abría camino en su interior, destrozando cada pizca de felicidad y confianza que se podría haber forjado. Aquello era más de lo que su frágil alma podía soportar. Mucho más. El frío recorría sus huesos, sus poros y cada centímetro de conciencia que le quedaba.
Estaba perdiendo la cabeza, ¿qué importaba ahora todo? ¿Qué más daba? Trastornos, o paranoias. Esquizofrenia o bipolaridad. Era todo igual. "Sostén su mano, no dejes de caiga" suplicaba su reflejo a cualquier alma caritativa que pudiera pasar por allí, pero estaba encerrada en su cuarto. O más profundo, estaba encerrada en sí misma, en sus lágrimas, en su disforia.
Respiraciones entrecortadas, conductas suicidas, canciones significativas, cicatrices. A ese paso, nunca desaparecerían. Unas que se van, y otras que vienen. Unas que se ocultan, y otras que sangran.
¿Quién te salva ahora? ¿Quién puede salvarte si el problema eres tú? ¿Quién mataría monstruos por ti, si el monstruo está en tu cabeza?
La última nota de la canción. La última respiración. El último sentimiento. Él le ha fallado, ha traicionado su confianza. La persona que más necesitaba en su casa, se ha esfumado. No la quiere. Probablemente ni la soporte.
"Y quién iba a hacerlo, ni si quiera yo me aguanto" piensa ella.
Y con la cabeza para atrás, las lágrimas dificultando su respiración, y suspiros entrelazados, deseaba de nuevo su desaparición. La de su vida.

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